sábado, 8 de septiembre de 2007

¿Siervas de Lucifer o de Jehová?

Carlos Morán Escobar

Rebeca nació en una comunidad muy pobre cerca de Juchitán, siempre ha sido la segunda hija de seis de un matrimonio humilde, pobre también pero felices porque han vivido manteniendo a Dios en sus corazones. Tal vez fue su abuela, quien comenzó a llevarla a la parroquia más cerca de su comunidad, donde tuvo sus primeros encuentros con una vocación que al cumplir doce años, marcó el rumbo de su vida.

No fue por hambre, sino por vocación que eligió los hábitos para convertirse en religiosa, y antes de entrar a la adolescencia abandonó su casa, iba tan feliz que no pudo sentir el dolor de sus padres al desprenderse de ella, porque pasarían 8 años para que volvieran a ver a su pequeña, en todo ese tiempo estaría exiliada del hogar, debería cumplir con la prueba mayor de verse sola en el mundo, sin ver a un solo familiar y mucho menos estar en contacto con el mundo exterior, resumiéndose todo al mundo espiritual donde Cristo, era su única luz y el esposo de todas.

En una caja de jabón Roma acomodó sus pocas pertenencias, era escoltada por dos hermanas de la Orden Siervas de María de Jesús Sacrificado, quienes de la mano la tomaron para subirla al autobús que la trasladó hasta el convento situado en la fría ciudad de Tehuacan en el estado de Puebla. Ingresó al claustro emocionada recorriendo los grandes pasillos con paredes de adobe, sintió un emocionante escalofrío cuando una de las abadesas le indicó cuál de las veintidós camas que estaban en una habitación sería la suya.

Junto con las demás niñas ingresó a un baño donde de dos en dos fueron bañadas con jabón blanco para luego pasar a turno con una monja con gesto de matarife quien les mochó el cabello de un solo tajo dejándolas a todas listas para marchar; se le entregó a cada una tres faldillas de franela, tres faldas largas de color gris, seis playeras gruesas y tres camisolas de tela fuerte que les cubría desde el cuello dejando solo libres las manitas. Los zapatos no tenían tacón y tampoco el mínimo adorno, se cubrían las piernas del frío con pesadas medias y debían taparse el cabello con un pedazo de trapo que doblaban en forma triangular, llevando como único adorno en la indumentaria una cuerda con un crucifijo de metal plateado.

El reglamento se impuso después, las novicias solo tendrían derecho a largas jornadas de oración, ayuno y a la escuela diaria; no había televisión y tampoco radio, por lo que enterarse de lo que ocurría en el mundo era imposible, menos escuchar una canción o leer una revista, nada ingresaba al convento sin antes ser supervisado por una celadora: Fue entonces cuando supo que estaba entrando al mundo que siempre había soñado: pulir su fe, labrar paso a su vocación de servicio a Dios y hacer un apostolado perfecto de misionera y sierva de Jesús.

Alejada del mundo en el claustro comenzó una carrera que le supo a gloria, aprendió a gozarse en la oración y ofrecer el ayuno a Dios con amor desmedido; nada le hacía falta en aquel mundo que para ella, era perfecto. Los baños de agua fría, la comida vegetariana y la falta de dulce la supo suplir con estoicismo. Aprendió de Santo Thomas, tomó el ejemplo de María y de todos los santos que fue memorizando de cada uno además de sus milagros, fecha, año de nacimiento e historia completa, por lo que tiempo para el aburrimiento no hacia falta. Al caer la noche y después de la oración poco antes de las 9, caía rendida en el catre despertando hasta el día siguiente.

Llegó el primer invierno y entre villancicos y un frío infernal ocurrió la primera navidad, hasta entonces no había extrañado a sus padres, le habían lavado el cerebro y el corazón arrancándole todo recuerdo sentimental que la alejara de la misión, así que solo le quedaba orar todas las noches por sus padres, su abuela, sus hermanos, todos los humanos que requerían de ayuda divina y hasta de los pollos que había dejado en el patio de su casita. Finalizó la secundaria y después estudió el bachillerato

Aquella niña se convirtió en una mujerona de buen tamaño, nunca se supo en realidad cómo sería, porque detrás de aquel hábito había una mujer que había frustrado todo desarrollo corporal, aprendió a vivir en completa austeridad y alejada de todas las tentaciones del mundo; los domingos cuando tenía oportunidad de estar un rato con ella misma y alejada de las demás reclutas, caminaba sola por los corredores zigzagueando entre las enormes columnas de piedra que sostenían enormes arcos, jugueteando con algunos fantasmas que se escondían detrás de las paredes hasta que llegó el día de su ordenación.

Diez años atrás había abandonado su casa, se había internado en el convento con su nombre verdadero, así que antes de vestirse de blanco y cubrirse completamente el cabello, la superiora le anticipó que debía dar el nombre que tomaría a partir de ese instante, porque al convertirse en reverenda, debía cambiar su nombre y apellidos, así que decidió tomar el nombre de María Asunción del Sagrado Corazón de Jesús. Salió del claustro y recorrió alegre entre el jardín desordenado con árboles centenarios, jazmines y perfumes de flores.

Ingresó a la capilla con pasos sigilosos, mirando siempre al piso y al cristo que la observaba con pasión y dulzura. Llegó hasta el altar y comenzó la ceremonia, María Asunción recibió encantada una argolla de oro con la fecha memorable como símbolo de su boda con Cristo. Hizo votos de pobreza, castidad y obediencia; pasara lo que pasara, esos tres ofrecimientos solo podrían romperse con la muerte, ¡solo y nada más…! Nunca se enamoró de ningún ser humano, tampoco su corazón palpitó alguna vez por alguna debilidad masculina y mucho menos tuvo deseos carnales. Era virgen, casta y pura de corazón.

María Asunción del Sagrado Corazón de Jesús, no solo perfeccionó su vocación espiritual, sino que dentro del convento continuó sus estudios, fue así como al terminar el bachillerato decidió especializarse en contabilidad; todos los estudios eran a través de un sistema de correspondencia donde al final presentaba una lista de exámenes para ir conquistando materia por materia hasta lograr su objetivo. Estaba a la mitad de la profesión cuando el convento decidió enviarla de regreso a Oaxaca para que impartiera clases en una escuela religiosa que pertenecía a la orden. Volvería a su estado, pero no a su casa, eso sería hasta diciembre y solo por 5 días, como solían ser las vacaciones anuales.

Estar convertida en Hermana Sirva de María de Jesús Sacrificado, le había costado romper con todo lazo familiar y espiritual con el mundo exterior, así que si su padre moría, ella desde su habitación de piedra solo podría ponerse en oración, pero nunca estar presente y mucho menos correr al funeral desconsolada como una magdalena, porque antes que todo estaba Dios y su compromiso con la orden; nada en el mundo podía moverla de su sitio más que su compromiso ciego y fiel con la congregación y los caprichos del Señor.

Transitó dos años como institutriz en un colegio de niñas ricas enseñándoles el evangelio, predicando las buenas del señor, guiándolas espiritualmente y traspasando sus conocimientos de geografía. Ahora de vuelta al mundo ya nada le provocaba sorpresa, eso también había quedado enterrado. Tenía claro el panorama y estaba feliz de llevar una vida santa, de beneficencia al prójimo, de caridad a los enfermos y de oración total porque la guerra acabara en el mundo.

La historia es larga, simplemente diré que actualmente María Asunción del Sagrado Corazón de Jesús, a la edad de 32 años, está fuera de la orden que la formó. Una mañana de abril del año pasado un intenso dolor la despertó enviándola a un hospital de urgencia. La superiora simplemente ordenó que aliviaran el dolor mientras los estudios daban la causa verdadera del mal y el resultado fue terrible, porque una hermana como ellas no podían estar y mucho darse el lujo de gastar en hospitales. Los médicos detectaron cáncer en el hígado, un estado muy avanzado pero la hermana María Asunción, debía de inmediato iniciar un tratamiento.

Comenzó el tratamiento con la gracia de Dios y de tres médicos que se acordaron de su juramento hipocrático, porque las monjitas nada pagarían de la enfermedad de la hermana más que a través de oraciones para los que intervinieran. Ocho meses después y cuando los médicos adelantaron que, si todo seguía bien, en poco tiempo María Asunción estaría fuera de peligro como milagro divino, solo que llegó una orden de Tehuacan Puebla, debía reportarse físicamente a un nuevo colegio como maestra, debía trasladarse en cuarenta y ocho horas al Puerto de Veracruz, por lo que la hermana pidió clemencia, favor, caridad y rogó.

Acudió a ver a la madre superiora para informarle de su enfermedad, le dijo que solamente unos meses y entonces ella estaría acatando la orden, pero la superiora, mujer sin corazón al fin para escuchar los sentimientos de otro humano, le negó todo permiso aun tratándose de la vida de una hermana. Le recordó cuales eran los lineamientos de la orden, pero sobre todo, le habló de sus votos, nada tenía más valor que esos tres compromisos y estaba fallando a uno; la obediencia. Asunción decidió quedarse en Oaxaca fuera de la escuela con un permiso no concedido mientras los médicos le salvan la vida.

Vive en la casa de una mujer que la adoptó y gracias a la caridad de unas almas buenas que todavía existen. Aunque ella no sabe la verdad de su enfermedad, todo apunta a un desenlace final, aquella niña que nació con la vocación ciega de servir a Cristo, hoy se siente como una esposa decepcionada, abandonada como un animal a su suerte porque a las hermanas de la Orden Sirvas de María de Jesús Sacrificado, no les interesa invertir en un elemento que poco o nada producirá para la orden.

La historia es verdadera, solo tuve que cambiar algunos nombres y datos para evitar mayor crueldad en contra de esta pobre mujer que, como buena esposa de Cristo, planea cuando esté sana y salva, volver para pedir perdón y retornar a seguir su apostolado y misión.

¿Sabrá Dios que esto ocurre entre aquellos y aquellas mujeres que hacen negocio con él?

morancarlos13@yahoo.com.mx

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